Como menciona Edgar Morin en “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, debemos esperar lo inesperado. En los siglos anteriores creían en un futuro repetido o progresivo, pero el desarrollo histórico de fin del siglo XX propició la comprensión de que la historia humana sigue siendo una aventura desconocida, donde el porvenir es abierto e impredecible. Las civilizaciones tradicionales confiaban en la certeza de un tiempo cíclico, la civilización moderna se respaldaba en la creencia del progreso histórico, está última debió reconocer que el progreso es posible, pero incierto. La historia avanza, se nutre de innovaciones o creaciones internas, o de acontecimientos o accidentes externos. De una instancia de “normalidad” evoluciona en cambios, para luego alcanzar nuevamente una “normalidad” conforme a las modificaciones que surgieron, de manera tal que se desorganiza el sistema para luego reorganizarlo produciendo una transformación de lo conocido. Así sucedió con los inventos técnicos, la brújula, la imprenta, la máquina de vapor, el cine e incluso la computadora.
En el desarrollo de la historia humana, se observan de manera continua cambios culturales, políticos, sociales, desde el inicio de los tiempos hasta la actualidad. Podemos mencionar los profundos efectos de la revolución industrial sobre los usos y costumbres de la época, que arrastró consigo modificaciones en los diversos ámbitos, desde la forma de relacionarse entre las personas, pasando por las modificaciones de las actividades económicas y la distribución del poder político. Expresa José Luis Orihuela: “en esta época de cambios vertiginosos impulsados por la revolución digital, es frecuente encontrar por igual a fascinados y a perplejos. Los encantados y los desconcertados comparten la misma situación de parálisis: han dejado de pensar; el contexto les ha sobrepasado y no saben cómo resituarse en el presente. El fascinado sólo ve inmensas posibilidades para el futuro mientras que el perplejo vive anclado a la confortable seguridad del pasado”.
Por ello debemos tener la mente abierta para acercarnos a la comprensión de los cambios que genera la revolución digital, surgida en tiempos donde la sociedad del conocimiento (aceptada como “una innovación de las tecnologías de la información y las comunicaciones, donde el incremento en las transferencias de la información modificó en muchos sentidos la forma en que desarrollan muchas actividades en la sociedad moderna), conlleva grandes transformaciones que se producen día a día como resultado de los avances tecnológicos.
Las tecnologías de la información y de la comunicación son sin duda, en el mundo contemporáneo, las principales impulsoras de los procesos de transformación que se vienen dando. Con anterioridad es difícil encontrar otra tecnología que haya originado mutaciones tan grandes en la sociedad, en la cultura, en la economía. Los modos de comunicar, entretener, trabajar, negociar, gobernar y socializar son influidos significativamente por la difusión y el uso de las TICs a escala global. Su influencia puede observarse en los aumentos de productividad en los más variados sectores de la actividad empresarial y de manera destacada en las economías del conocimiento y de la innovación. El modo de percibir el tiempo y el espacio respecto de los comportamientos personales también han sido modificado por sus influencias, como así también es innegable que la Internet se revela con una dimensión intensamente social, donde las personas interactúan entre sí a una escala planetaria.
Según Carlota Pérez (2002) “la humanidad se encuentra actualmente en el punto de viraje, de una transformación tecnológica sin precedentes. Al período de instalación de las TICs que tuvo lugar en los últimos treinta años –con su cortejo de “destrucción creativa” y de generalización de un nuevo paradigma social, la sociedad de la información y del conocimiento– puede seguir un tiempo de implementación y de florecimiento del pleno potencial del nuevo paradigma triunfante. En el análisis de la investigadora, el período intermedio en que nos encontramos –el “viraje”– estaría marcado por inestabilidad, incertidumbre, fin de burbujas especulativas y recomposición institucional”.
Esta perspectiva imprime a las escuelas, las universidades, los gobiernos y las empresas, una presión para afrontar los desafíos del ajuste estructural y una reforma profunda. Así como el conocimiento es el motor de las nuevas economías, el aprendizaje surge como el mayor reto formativo presentado a las personas y a las organizaciones de este siglo, donde la plusvalía de los conocimientos y de las multicompetencias tenderá a acentuarse. Se vislumbra así una proyección para el éxito en el presente y la supervivencia en un futuro, donde la certeza es el cambio continuo y acelerado, el surgimiento de organizaciones hechas de personas que aprenden continuamente y gestionan eficazmente el conocimiento con el objeto de crear valor para alumnos, personas en formación, ciudadanos, clientes.
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